Milagros Eucarísticos

El milagro de Lanciano

La pequeña ciudad de Lanciano se encuentra a 4 kilómetros de Pescara Bari (Italia), que bordea el Adriático. En el siglo VIII, un monje basiliano, después de haber realizado la doble consagración del pan y del vino, comenzó a dudar de la presencia real del Cuerpo y de la Sangre del Salvador en la hostia y en el cáliz. Fue entonces cuando se realizó el milagro delante de los ojos del sacerdote; la hostia se tornó un pedazo de carne viva; en el cáliz el vino consagrado en sangre viva, coagulándose en cinco piedrecitas irregulares de forma y tamaño diferentes.

Esta carne y esta sangre milagrosa se han conservado, y durante el paso de los siglos, fueron realizadas diversas investigaciones eclesiásticas.

Quisieron en la década de 1970, verificar la autenticidad del milagro, aprovechándose del adelanto de la ciencia y de los medios que se disponía. El análisis científico de aquellas reliquias, que datan de trece siglos, fue confiado a un grupo de expertos. Con todo rigor, los profesores Odoardo Linolli, catedrático de Anatomía, Histología Patológica, Química y Microscopía clínica, y Ruggero Bertellí, de la Universidad de Siena efectuaron los análisis de laboratorio. He aquí los resultados.

La carne es verdaderamente carne. La sangre es verdaderamente sangre. Ambos son sangre y carne humanas. La carne y la sangre son del mismo grupo sanguíneo (AB). La carne y la sangre pertenecen a una persona VIVA.

El diagrama de esta sangre corresponde al de una sangre humana que fue extraída de un cuerpo humano ese mismo día. La carne está constituida por un tejido muscular del corazón (miocardio). La conservación de estas reliquias dejadas en estado natural durante siglos y expuestas a la acción de agentes físicos, atmosféricos y biológicos, es un fenómeno extraordinario.

Uno queda estupefacto ante tales conclusiones, que manifiestan de manera evidente y precisa la autenticidad de este milagro eucarístico.

Otro detalle inexplicable: pesando las piedrecitas de sangre coaguladas, y todas son de tamaño diferente, cada una de éstas tiene exactamente el mismo peso que las cinco piedrecitas juntas.

El milagro eucarístico de Siena

El milagro eucarístico permanente de Siena se manifiesta en la prodigiosa conservación contra toda ley física, química, biológica , de 223 hostias frágiles consagradas el 14 de agosto de 1730 en la basílica de San Francisco de Siena y en la misma noche, sacrílegamente profanadas por ladrones desconocidos, ávidos del sagrado vaso de plata que las guardaba.

Gracias a la diligentísima búsqueda realizada por las autoridades religiosas y civiles, las sagradas Partículas fueron encontradas, casualmente, la mañana del 17 de agosto en el vecino santuario de Santa María de Provenzano, donde los sacrílegos ladrones las habían echado dentro de una caja de limosnas.

Caídas en medio del polvo, de las telarañas y del dinero de la caja, fueron piadosamente recogidas, cuidadosamente examinadas y debidamente identificadas. Tributado un homenaje de adoración y reparación por el pueblo, con una solemnísima procesión, fueron llevadas a San Francisco, en una apoteosis de cantos y de oraciones.

Para satisfacer las demostraciones de fe y de amor por parte de los fieles que habían acompañado aquellas Partículas, los religiosos Menores conventuales no las consumieron. El tiempo pasaba, pero en ellas no se apreciaba ningún signo de alteración, como se hubiera podido esperar. Evidentemente, en los designios de la Providencia, aquella sacrílega profanación debía quedar, a través de los siglos, como un apologético testimonio de la presencia real de Jesús en la Santísima Eucaristía.

Muchas veces, hombres ilustres las han examinado con los medios que el progreso ponía a su disposición, multiplicando, en el tiempo, causas y elementos que hubieran favorecido la corrupción (contactos, polvo, humedad). Pero la ciencia ha concluido siempre su examen afirmando: Las sagradas partículas están todavía frescas, intactas, físicamente incorruptas, químicamente puras, y no presentan principio alguno de corrupción.

Este fue el veredicto de la Comisión compuesta por eminentes profesores de física, higiene, química y farmacia, que realizó el gran examen científico del 10 de junio de 1914. Constataciones directas e inmediatas se renovaron en 1922, cuando el cardenal Juan Tocci puso las Santas Formas en un cilindro de cristal puro de roca.

En 1950, las Hostias Milagrosas fueron cambiadas de lugar y puestas en un receptáculo más atractivo y rico que llamó la atención de otro ladrón. Éste, durante la noche del 5 de agosto,de 1951, cometió otro sacrilegio en contra de las hostias, pero esta vez sólo se llevó el recipiente dejando las hostias en una esquina del tabernáculo. Después de contar 133 hostias, el Arzobispo las guardó selladas en una copa de plata. Fueron fotografiadas y colocadas en un relicario en el cual se encuentran hoy.

Los Obispos y oficiales de la Iglesia fueron, solemnemente, en procesión con las Hostias a través de la ciudad, y las tuvieron expuestas por un tiempo.

Las hostias milagrosas son expuestas públicamente en varias ocasiones, pero especialmente el 17 de cada mes, que conmemora el día que fueron encontradas en el año 1730. En la fiesta de Corpus Christi, las hostias sagradas son llevadas en una triunfante procesión a través de las calles de Siena. Las hostias milagrosas han sido visitadas y adoradas por San. Juan Bosco , el Papa Juan XXIII y Juan Pablo II.

El milagro eucarístico permanente de Siena, ofrece a todos desde el más excéptico al más distraído la posibilidad de conocer uno de los prodiguos más maravillosos de Cristo sobre la tierra, ante el cual la ciencia ha doblado la frente.

El milagro que continúa, suscita en todos los hijos de Dios un deseo más ardiente del Pan vivo bajado del Cielo y un mayor amor hacia Aquel que ha querido permanecer con nosotros hasta la consumación de los siglos.

El milagro eucarístico de Bolsena

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Este milagro, que impresionó a toda Eu­ropa, sucedió en 1263, cuando se difundía por Europa la herejía de Berengario, que negaba la presencia real del Señor en la Eucaristía.

Un sacerdote de Bohemia, llamado Pedro de Praga, tenía dudas sobre la pre­sencia de Cristo en la Eucaristía. Como solución a sus sufrimientos interio­res, decidió peregrinar a Roma y pedir ante la tumba de san Pedro fortale­za en la fe.

Puesto en camino, tuvo que ha­cer noche en la ciudad italiana de Bolse­na, en la provincia de Viterbo.

A la maña­na siguiente, cuando con el corazón opri­mido por sus dudas de fe celebró la San­ta Misa en la iglesia de Santa Cristina, tuvo una clara respuesta de Dios, para que la reali­dad del misterio eucarístico le entrara por los ojos.

En el rito de la fracción del Pan brotó súbitamente Sangre de la Forma: un chorro como de una herida abierta, que cayó en el cáliz, lo llenó, lo desbordó, se derramó sobre los corporales. El sacerdote, perplejo, intentó contener con sus manos aquella Sangre, recogerla entre los plie­gues de los corporales; pero la Sangre seguía brotando a borbotones; inconte­nible, llenaba sus manos y empapaba los manteles del altar… Pedro de Praga creyó volverse loco.

Mientras la noticia corría como un reguero de pólvora por la pequeña ciudad y la gente acudía corriendo a ver el prodigio, el sacerdote, sin saber qué hacer, bajó las escalerillas del altar, casi como que­riendo huir. En el cuenco de sus manos consagradas, que eran un cáliz de Car­ne, la Sangre brotada incontenible de la Sagrada For­ma, goteando a los pies del altar, sobre las piedras del piso.

A unos 30 kilómetros, en Orvieto, esta­ba entonces la Corte Pontificia, y la noti­cia llegó muy pronto al Papa Urbano IV.

El Papa encargó a San Buenaventura, que en aquel tiempo era Superior General de los Franciscanos, presidir una comisión de teólogos que estudiara el caso. Testificaron el sacerdote Pedro, los clérigos que es­taban en la iglesia de Santa Cristina y los demás testigos del prodigio. La comisión confirmó la verdad de los hechos y Urbano IV ordenó al Obispo de Bolsena que le llevase a Orvieto los corporales y manteles del altar llenos de Sangre, casi fresca todavía.

El Papa decidió establecer la Fiesta del Corpus Christi para toda la Iglesia. Lo hizo el 11 de agosto de 1264, con la Bula Transiturus. No es que ese milagro diera origen a esta Fies­ta, que había sido pedida por el Señor a la beata Juliana de Mont‑Cornillon cincuenta y cinco años antes, cuando ésta tenía dieciséis años de edad, pero sí influyó mucho en el ánimo del Papa Urbano IV en orden a extender esta Festividad a toda la Iglesia.

El mismo Papa encargó a Sto. Tomás de Aquino la preparación de un Oficio litúrgico propio para esta Fiesta y la creación de cantos e himnos para celebrar a Cristo en la Eucaristía. Todavía cantamos algunos de ellos: “O Salutaris Hostia”, “Pange lingua”, etc.

Parte de los corporales y manteles de altar, empapados en Sangre, fueron trasladados a la catedral de Orvieto, donde se conservan.

Otra parte quedó en la iglesia de Santa Cristina, en Bolsena, donde se veneran también las manchas de Sangre en el suelo, debida­mente protegidas.

Actas notariales y su­cesivos análisis han certificado siempre que se trata de verdadera Sangre huma­na.

El milagro de Canosio

Canosio es un pequeño pueblo del valle de Maira, en la diócesis de Saluzzo, Italia. En 1630, la población había perdido el fervor de la práctica religiosa a causa de la difusión de la herejía calvinista. Algunos días después de la fiesta del Corpus Domini, el río Maira se desbordó por la abundancia de las lluvias. La furia de las aguas fue tan violenta que arrastró consigo enormes rocas, desprendidas de las montañas, que se dirigían hacia el valle y el pueblo.

Don Antonio Reinardi, párroco el pueblo, convocó con las campanas a todos los ciudadanos para invitarles a pedir al Señor para que cese el desborde. Propuso, además, hacer un voto: si el pueblo de Canosio se salvaba de las furia devastadora del torrente, los habitantes celebrarían perpetuamente, cada año, una fiesta en la octava del Corpus Domini. Don Rainardi tomó consigo el Santísimo Sacramento, lo colocó en la custodia y se dirigió en procesión hacia el torrente, acompañado por algunos fieles mientras cantaban el “Miserere”. Mientras impartía la bendición, las lluvias cesaron inmediatamente y el nivel del torrente volvió a la normalidad. Este episodio contribuyó a reavivar la fe de la población de Canosio, que hasta hoy siguen cumpliendo el voto prometido. Lamentablemente, muchos de los documentos que describían el Milagro, conservados hasta el siglo XVII en los archivos parroquiales, fueron quemados durante la guerra entre España y Francia. Sin embargo, existe la copia del informe realizado por el párroco, que fue testigo en primera persona de los hechos.

Lu Monferrato

Lu Monferrato es un pequeño pueblo en el Norte de Italia que cuenta con pocos miles de habitantes y que se encuentra en una región rural a 90 km al este de Turín. Este pequeño pueblo hubiera quedado desconocido si en 1881 algunas madres de familia no hubieran tomado una decisión que tuvo “grandes repercusiones”.

Muchas de estas madres tenían en el corazón  el deseo de ver a uno de sus hijos ordenarse sacerdote o una de sus hijas comprometerse totalmente al servicio del Señor. Comenzaron pues a reunirse todos los martes para la adoración del Santísimo Sacramento, bajo la guía de su párroco, Monseñor Alessandro Canora, y a rezar por las vocaciones. Todos los primeros domingos del mes recibían la comunión con esta intención. Después de la Misa todas las madres rezaban juntas para pedir vocaciones sacerdotales.  

Gracias a la oración plena de confianza de estas madres y a la apertura de corazón de estos padres, las familias vivían en un clima de paz, serenidad y devoción alegre que permitió a sus hijos discernir con mayor facilidad su llamada.  

Existe una foto que es única en la historia de la Iglesia católica. Desde el 1 al 4 de septiembre de 1946  una gran parte de los 323 sacerdotes, religiosos y religiosas provenientes de Lu se encontraron en su pueblo. Este encuentro tuvo resonancia en todo el mundo.

Cuando el Señor dijo: “Muchos son llamados, pero pocos son elegidos” (Mt 22,14) hay que comprenderlo de este modo: muchos serán llamados, pero poco responderán. Nadie hubiera pensado que el Señor hubiera atendido tan abundantemente la oración de estas madres.

De este pequeño pueblo surgieron  323 vocaciones a la vida consagrada  (¡trescientos veintitrés!): 152 sacerdotes (y religiosos) y 171 religiosas miembros de 41 congregaciones. En algunas familias había hasta tres o cuatro vocaciones. El ejemplo más conocido es la familia Rinaldi. El Señor llamó a  siete hijos de esta familia. Dos hijas se consagraron como religiosas salesianas y enviadas a San Domingo, fueron valientes pioneras y misioneras. Entre los varones, cinco fueron sacerdotes salesianos. El más conocido de los cinco hermanos, Filippo Rinaldi, fue el tercer  sucesor de don Bosco, beatificado por Juan Pablo II el 29 de abril de 1990. De hecho, muchos jóvenes entraron con los salesianos. No es una casualidad porque don Bosco en su vida fue cuatro veces  a Lu. El santo participó en la  primera Misa de Filippo Rinaldi, su hijo espiritual, en su pueblo nativo.  A Filippo le gustaba mucho recordar la fe de las familias de Lu: “Una fe que hacía decir a nuestros padres: el Señor nos donó hijos y si Él los llama nosotros no podemos ciertamente decir que no!”.

Luigi Borghina y Pietro Rota vivieron la espiritualidad de don Bosco de modo tan fiel que fueron llamados uno “el don Bosco de Brasil” y el otro “el don Bosco de la Valtellina”. También Mons. Evasio Colli, Arzobispo de Parma,  provenía de Lu (Alessandria). De él dijo Juan XXIII: “Él tendría que haber sido papa, y no yo. Tenía todo para llegar a ser un gran papa.”.

Cada 10 años, todos los sacerdotes y las religiosas que todavía están vivos se reúnen en su pueblo de origen llegando desde todo el mundo. El Padre Mario Meda, que fue por muchos años párroco de Lu, dice como este encuentro es en realidad una verdadera fiesta, una fiesta de agradecimiento a Dios por haber hecho grandes cosas en Lu.  

La oración que las madres de familia recitaban en Lu era breve, simple y profunda:

“¡Señor, haz que uno de mis hijos llegue a ser sacerdote!

Yo misma quiero vivir como buena cristiana

y quiero conducir a mis hijos hacia el bien para obtener la gracia de poder
ofrecerte, Señor, un sacerdote santo. Amén.”

El Milagro Eucarístico de Cracovia

El Milagro Eucarístico de Cracovia se manifestó cuando unas Hostias se preservaron a pesar de estar  en medio del barro; desde allí emitían extraños fenómenos luminosos.

Unos ladrones pudieron entrar en una iglesia, no lejos de Cracovia. Luego de haber forcejeado en el tabernáculo, extrajeron el recipiente que contenía Hostias consagradas. Poco después se dieron cuenta que éste no era de oro, entonces lo arrojaron a unos pantanos llenos de basura y fango, cerca de Wawel. Inmediatamente surgió del pantano una luz fortísima. Los rayos de luz continuaron durante el día y la noche, por diversos días. Todo el pueblo se dio cuenta de este extraño fenómeno y decidieron advertir del hecho al Obispo de Cracovia. El Prelado escuchó que del pantano fulguraban unos rayos que podían ser vistos a varios kilómetros de distancia. No comprendiendo cómo pudiese ser posible este fenómeno, proclamó tres días de ayuno y oración. Al tercer día todo el pueblo se acercó en procesión, junto  con el Obispo, al lugar del pantano luminoso. Se empezó la búsqueda, hasta que finalmente  un hombre pudo recuperar el recipiente con las Hostias totalmente íntegras. Ante la luz intensa que emanaban, todo el pueblo comenzó a alabar al Señor y a festejar el prodigio llenos de conmoción.

Aún hoy, en la fiesta del Corpus Christi, se recuerda el Milagro. En la iglesia del Corpus Domini, en Cracovia, se pueden observar las pinturas que describen el Prodigio y encontrar aún los documentos y testimonios de la época. En el año 1345 el rey de Polonia, Casimiro III el Grande, ordenó la construcción de la iglesia del Corpus Domini en honor del Milagro Eucarístico que sucedió ese mismo año en los campos de Wawel, cerca a Cracovia.

La Hostia incorrupta del monasterio del Escorial

En la sacristía del Real Monasterio de El Escorial se encuentra una forma eucarística que fue llevada allí en tiempo de Felipe II y que desde Carlos II se le ha tributado culto público dos veces al año, los días 29 de septiembre, festividad de San Miguel, y 28 de octubre, fiesta de San Simón y San Judas.

A finales de junio de 1572, unos seguidores del reformador suizo Zwinglio irrumpieron en la iglesia católica de Gorkum, población a unos 55 kilómetros de La Haya (Holanda), bajo los dominios del rey Felipe II. Su odio a todo lo que fuese católico -iglesias, imágenes, reliquias, etc.- les llevó al extremo de apoderarse de una hostia consagrada, que extrajeron del copón donde se reservaba. Uno de los que profanó el templo tomó la sagrada forma y arrojándola al suelo la pisoteó, abriendo en ella tres orificios con los clavos de su calzado, de los que brotaron unas gotas de sangre. Sangre que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía hoy se observa claramente en los bordes de los tres agujeros, aunque seca y con un color rojo un tanto desvaído por el paso de los años.

Ante tal extraño prodigio, los profanadores se turbaron, y uno de ellos apenado fue a dar cuenta de lo sucedido al rector de la iglesia, Juan van der Delft. Este recogió la forma consagrada del suelo y, ambos, rector y profanador, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, huyeron de la ciudad a Malinas, refugiándose en un convento de los Padres Franciscanos. Allí el profanador se convirtió y tomó el hábito franciscano.

Pero en 1572 Malinas cayó en manos de los sublevados y los católicos enviaron sus reliquias a la próxima ciudad de Amberes para ponerlas a salvo. Por el testimonio escrito del propio rector consta que la santa forma se entregó a Andrés de Horst, hombre de plena confianza y reconocida piedad, para que la custodiase, aunque bajo la vigilancia de los Padres Franciscanos. Cierto noble alemán llamado Fernando Weidner, cortesano y capitán del ejército del emperador de Austria, al tener noticia de la Forma milagrosa, deseó vivamente poseerla, no cejando en su empeño hasta conseguirlo. Por mediación del mismo Andrés de Horst se la pidió al prior de los franciscanos de Malinas, y con el apoyo del propio Van der Delft consiguió que le fuese entregada. La entrega fue realizada en 1580 en presencia del rector y del prior de los franciscanos. Pensaba, además, llevársela a Alemania para rebatir a ciertos incrédulos que negaban la sagrada Eucaristía. Le fue entregado asimismo un documento que avalaba su autenticidad (documento que se encuentra en El Escorial).

Llegado a Viena Fernando Weidner con dicho documento y con la Sagrada Forma, se lo dio a conocer a su amigo el noble Andrés Hirch y éste informó al Consejero del emperador, barón Adam Dietrichstein, y a su esposa doña Margarita de Cardona, que mostraron vivo deseo a Hirch de que consiguiese la Forma. Éste importunó tanto al noble alemán Weidner que no tuvo más remedio que regalársela.

Muerto el barón Dietrichstein, quedó doña Margarita dueña única de la Sagrada Forma, llevándosela consigo después a Praga. Después resolvió enviársela en 1594 a Felipe II por mediación de su hija la marquesa de Navarrés, residente en España. Antes de enviársela a su hija, quiso hacer constar por escrito ante notario y testigos que era la misma forma que ella y su marido habían recibido de Fernando Weidner.

Posteriormente, para que la Forma pudiese ser venerada en exposición pública, y a la vez quedase oculta cuando esto no tuviese lugar, el rey Carlos II pensó que un cuadro la ocultara. Claudio Coello lo realizó. En él se representa al padre Francisco de los Santos impartiendo la bendición al monarca.


En la guerra civil que hubo en España en el siglo XX, los 67 religiosos de El Escorial fueron fusilados y el sacristán, padre José Llamas, ocultó la Sagrada Forma en unos corporales debajo de una peana de un estante antes de ser detenido. Allí la encontró el padre Llamas, único superviviente, intacta. En esa época desapareció la custodia que regaló Isabel II; y en el verano de 1942, la custodia de Carlos II fue robada de su camarín. Por fortuna, el ladrón dejó la Forma en el templete. Para evitar otros robos sacrílegos, la Comunidad agustiniana encargó a Talleres Granda la confección de otra custodia, que fue estrenada en 1944.

El Milagro Eucarístico de Cracovia

El Milagro Eucarístico de Cracovia se manifestó cuando unas Hostias se preservaron a pesar de estar  en medio del barro; desde allí emitían extraños fenómenos luminosos.

Unos ladrones pudieron entrar en una iglesia, no lejos de Cracovia. Luego de haber forcejeado en el tabernáculo, extrajeron el recipiente que contenía Hostias consagradas. Poco después se dieron cuenta que éste no era de oro, entonces lo arrojaron a unos pantanos llenos de basura y fango, cerca de Wawel. Inmediatamente surgió del pantano una luz fortísima. Los rayos de luz continuaron durante el día y la noche, por diversos días. Todo el pueblo se dio cuenta de este extraño fenómeno y decidieron advertir del hecho al Obispo de Cracovia. El Prelado escuchó que del pantano fulguraban unos rayos que podían ser vistos a varios kilómetros de distancia. No comprendiendo cómo pudiese ser posible este fenómeno, proclamó tres días de ayuno y oración. Al tercer día todo el pueblo se acercó en procesión, junto  con el Obispo, al lugar del pantano luminoso. Se empezó la búsqueda, hasta que finalmente  un hombre pudo recuperar el recipiente con las Hostias totalmente íntegras. Ante la luz intensa que emanaban, todo el pueblo comenzó a alabar al Señor y a festejar el prodigio llenos de conmoción.

Aún hoy, en la fiesta del Corpus Christi, se recuerda el Milagro. En la iglesia del Corpus Domini, en Cracovia, se pueden observar las pinturas que describen el Prodigio y encontrar aún los documentos y testimonios de la época. En el año 1345 el rey de Polonia, Casimiro III el Grande, ordenó la construcción de la iglesia del Corpus Domini en honor del Milagro Eucarístico que sucedió ese mismo año en los campos de Wawel, cerca a Cracovia.

El Milagro Eucarístico de Tumaco

 

El siguiente suceso tuvo lugar el 31 de enero de 1906, en el pueblo de Tumaco, Colombia, situado en una pequeñísima isla, bañada por el océano Pacífico. Hallábase allí de cura misionero, el padre fray Gerardo Larrondo de San José, teniendo como auxiliar al padre fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino, ambos recoletos.

Eran casi las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, siendo éste de tanta duración que, según cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos. El pánico se apoderó de aquel pueblo, y todo el mundo se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres que organizasen inmediatamente una procesión y fueran conducidas las imágenes, que en un momento fueron colocadas por la gente en sus respectivas andas.

A los padres le pareció más prudente animar y consolar a sus feligreses, asegurándoles que no había motivo para la reacción de espanto que se había apoderado de todos.

En ese momento se advirtió que, como efecto de aquella continua conmoción de la tierra, la marea del mar se alejó de la playa, provocando un sunami. Había de convertirse en formidable ola, dejando probablemente sepultado bajo ella el pueblo de Tumaco.

Aterrado entonces el padre Larrondo, se lanzó precipitadamente hacia la iglesia, y, llegándose al altar, consumió a toda prisa las Formas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande. Acto seguido, llevó el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, y exclamó: “Vamos hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros. Como electrizados a la presencia de Jesús, y ante la imponente actitud de su ministro, marcharon todos llorando y clamando a Su Divina Majestad, tuviera misericordia de ellos.

El cuadro debió ser ciertamente de lo más tierno y conmovedor que puede pensarse, por ser Tumaco una población de muchos miles de habitantes, todos los cuales se hallaban allí, con todo el terror de una muerte trágica grabado ya de antemano en sus facciones.

Acompañaban también al divino Salvador las imágenes de la iglesia traídas a hombros, sin que los padres lo hubieran dispuesto, sólo por irresistible impulso de la fe y la confianza de aquel pueblo fervorosarnente cristiano.

Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, y las aguas avanzaban como impetuoso aluvión, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir el pueblo de Tumaco.

El fervoroso recoleto no se intimidó; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria de las aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando y crecía hasta el último límite el terror y la ansiedad de la muchedumbre, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la Sagrada hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz.

La ola avanzó un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanecía elevado, tocó al ministro de Jesucristo, alcanzándolo agua solamente hasta la cintura.

A las lágrimas de terror sucediéronse las lágrimas del más íntimo alborozo; a los gritos de angustia y desaliento siguieron los gritos de agradecimiento y de alabanza, y por todas partes y de todos los pechos brotaban vivas a Jesús Sacramentado.

El suceso de Tumaco tuvo grandísima resonancia en el mundo, y de varias naciones de Europa escribieron al padre Larrondo, suplicándole una relación de lo acontecido.

Mártir por amor a la Eucaristía

 

Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión nacional: “Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo.

¿Quien lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?”.

El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, u otro Obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña China de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los Comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al piso, esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vio todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró a la iglesia. Allí hizo una hora santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su hora santa, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto de su vida. Si aquella pequeñita pudo dar testimonio con su vida de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón Ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.

Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del hijo de Dios en el Santísimo Sacramento. Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

JESUS es el Santísimo Sacramento, la Luz del mundo.

Santa Clara y los Sarracenos

Corría el año 1240 cuando las tropas del emperador Federico asolaban las tierras de Italia, destruyendo fortalezas y cometiendo toda clase de desmanes. Un viernes de septiembre de aquel año las tropas sarracenas y tártaras rodearon Asís y, una vez en la ciudad, entraron en San Damián hasta el claustro de las religiosas. Éstas, presa de espanto, acudieron entre lágrimas al dormitorio de Clara de Asís, que se encontraba tendida en su pobre lecho gravemente enferma. Ella les dijo que tuvieran seguridad porque si Dios estaba con ellas los enemigos no las podrían ofender. Pese a estar enferma, pidió a sus hijas que la condujeran al refectorio. Ante la puerta que los enemigos golpeaban con furia desde el otro lado, mandó colocar la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guardaba con suma devoción la Sagrada Forma. Y, postrada en tierra, rezó entre lágrimas así: “Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar”. Y he aquí que del relicario que contenía las sagradas Especies salió una voz como la de un niño que pudieron oír con distinción: “Yo siempre os defenderé”. Clara añadió: “Mi Señor, protege también, si te place, a esta ciudad que nos sustenta por tu amor”. Y la misma voz respondió: “La ciudad sufrirá, mas será defendida por mi poder”. Entonces, la virgen Clara, levantando el rostro bañado en lágrimas, confortó a las que lloraban diciéndoles: “Hijas, yo salgo fiadora de que no sufriréis nada malo; basta que confiéis en Cristo”. De inmediato, la audacia de los sarracenos, sedientos de sangre cristiana y capaz de los peores crímenes, se convierte en pánico por una fuerza misteriosa, y escapándose de prisa por los muros que habían escalado, huyeron de la ciudad. A continuación Clara conminó a las que habían oído la referida voz, prohibiéndoles con seriedad que, mientras ella viviera, se guardaran absolutamente de revelar el suceso a nadie.
(I.Ormaechevarría, Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos. BAC).